De entre las muchas paradojas que jalonan la vida y la obra de Franz Kafka, no es la menos significativa su relación con el teatro. Este constituye en efecto, una parcela mínima de su producción literaria: unos brevísimos esbozos perdidos en sus Diarios, un texto inacabado publicado por Max Brod con el título de El guardián de la cripta y el manuscrito de una obra dramática quemado por el propio autor poco antes de su muerte. Y sin embargo, a pesar de lo escaso de estas tentativas dramatúrgicas, su obra ha ejercido una intensa fascinación sobre los hombres de teatro que, una y otra vez, han trasladado a la escena sus novelas, relatos, cartas e incluso diarios. Podría afirmarse que la difusión póstuma de su obra, ininterrumpida y siempre creciente tras la Segunda Guerra Mundial, va de par con esta traslación escénica que afecta no sólo a sus textos narrativos fundamentales -El proceso, El castillo, La metamorfosis, América-, sino también a una gran parte del resto de su producción literaria: Informe para una Academia, En la colonia penitenciaria, Carta al padre, La condena, etc.

Y la fascinación que produjo en mí desde hace años Informe para una Academia me llevó a trasladarle una idea a la gran dramaturga Llanos Campos para llevarla a cabo. ¿Cómo sería la vida de Peter, el mono , entre las paredes del Cabaret? ¿Quién velaría por él? ¿Quién se divertiría a su costa? Y sobre todo, ¿cuál sería su grado de libertad y felicidad?

Y Llanos atrevida e intrépida me cogió el testigo y escribió esta maravilla que hoy es Homo Peter.

Una obra fascinante a la hora de dirigirla. Un proceso que ha sido un placer absoluto y que provoca en el espectador la misma fascinación y placer al contemplarla sobre el escenario.

Alberto Alfaro